por: Marisol Moreno Raso, Trabajo en un Instituto de Enseñanza Secundaria de Málaga, donde no hay enseñanzas obligatorias, sino Bachilleratos, Ciclos Formativos y Enseñanzas de Personas Adultas.
Como Licenciada en Filología Inglesa, persona sorda, profesora de apoyo a alumnado sordo desde hace 23 cursos académicos, coordinadora de varios proyectos educativos y de investigación europeos sobre la enseñanza de personas sordas en Europa, habiendo cursado y coordinado varias y diferentes acciones formativas sobre la educación de personas sordas y lengua de signos en Málaga, habiendo recibido subvenciones para la elaboración de materiales didácticos digitales para personas sordas, me gustaría compartir mi punto de vista como experta en el tema, con el fin de que las autoridades educativas y el profesorado que se encuentra con un alumno o una alumna con deficiencias auditivas lo tengan en cuenta, si lo consideran oportuno.
Las personas sordas conforman un colectivo que se siente sordo con una cultura y una lengua diferenciadas y que les confiere unidad y una lengua nativa que, además, de comunicarse es fundamental para su desarrollo cognitivo.
Este colectivo cuenta con valiosos ejemplos que se han formado en una enseñanza bilingüe, como tenemos ejemplos de niños y niñas que se forman en dos lenguas diferentes desde su niñez. Pero, lo cierto es que la mayoría de sordos se ha formado en una enseñanza específica, en colegios específicos o bien, en una enseñanza que los ha tratado como discapacitados solamente y no como personas capaces de aprender otra lengua, la lengua española, con el fin de facilitar su integración educativa y social.
Si a las personas sordas se les considera dueñas de una lengua y una cultura, ¿no se debería intentar una inculturación, además de una integración dentro del sistema educativo? Es decir, ¿No deberíamos intentar que, a través de la lengua y la cultura españolas pudieran integrarse en la sociedad oyente, logrando así, además, una autonomía para el estudio y la relación con el entorno? Lo hacemos con alumnado que nos llega con otra lengua y otra cultura y uno de los principales objetivos es su integración en la sociedad, enseñándoles español como vía de comunicación necesaria para lograr la plena inclusión.
El alumnado sordo no aprende lengua de signos en el instituto. Asiste al instituto con la esperanza de aprender a estudiar y a comunicarse en lengua española. Se utiliza el enfoque AICLE, con “scaffolding”, es decir, intentando que el alumno y la alumna, aunque se apoye en los comienzos en la lengua de signos, se va sustituyendo ésta por la lengua objetivo, que es la lengua española de forma paulatina, es decir, con “andamiaje” en lengua de signos, retirándolo poco a poco al adquirir habilidades en español. Esta tarea la lleva a cabo el profesorado de apoyo.
Una persona sorda que dependa solamente de explicaciones en lengua de signos difícilmente va a conseguir tener éxito en una sociedad verbal. La comunicación oral y escrita es fundamental para la consecución de objetivos educativos y la vía de comunicación es la lengua española. Una persona sorda debe aprender la lengua mayoritaria para lograr una inclusión educativa, social y laboral, siempre respetando la suya, como en cualquier otro caso de lenguas minoritarias. A todos nos sucedería si estudiáramos en otro país con lengua distinta al castellano. No tendríamos un intérprete a nuestra disposición en todas las comunicaciones educativas, sociales y laborales.
Las personas hipoacúsicas no lo tienen tan fácil. Normalmente carecen de lengua de signos y su adquisición de la lengua castellana es deficiente, acumulándose graves problemas en su desarrollo cognitivo. En ellas sí se da la circunstancia de la deficiencia invisible, ya que, aparentemente, son personas totalmente normales, calificadas de despistadas o perezosas y con falta de interés. Por incomprensión de esta discapacidad y sus implicaciones educativas, llegan a un extremo de frustración porque su esfuerzo no se traduce en la adquisición de conocimientos como ven en sus compañeros, porque sus relaciones sociales suelen aparecer mermadas y porque el profesorado en general desconoce las implicaciones de su deficiencia. La falta de autoestima y de motivación suele ser un factor a tener en cuenta a la hora de retomar su formación, así como el descubrimiento de las habilidades que las personas hipoacúsicas poseen, con el fin de empezar por mejorar su autoestima con un enfoque emocional. No olvidemos que la mayoría de personas hipoacúsicas llegan al instituto tras haber abandonado el sistema educativo en etapas tempranas.
Así se consideró en 1985 cuando se planteó el programa de integración de personas sordas en el IES La Rosaleda como proyecto piloto. Primer centro en Andalucía, también, que aceptó el recurso de intérpretes de lengua de signos con el fin de que la comunicación fuera fluida en las clases entre profesorado de áreas y módulos, alumnado en general y personas sordas. De esta forma, el profesorado de apoyo pudo dedicarse desde entonces a la enseñanza del español, específicamente y a través de otras áreas, ya sea filosofía, matemáticas o lenguaje de programación, trabajando por la autonomía lingüística y comunicativa del alumnado sordo. El apoyo se da en todas las áreas y módulos que componen las distintas programaciones de forma individualizada y según necesidades.
La utilización de las TIC es fundamental en el aula de apoyo, ya que el alumnado sordo adquiere habilidades de comunicación y de investigación que van a contribuir al manejo del lenguaje escrito. La adquisición de la lengua inglesa por parte de una persona sorda es factible y no debe concederse su exención a no ser que las circunstancias personales así lo aconsejen, por supuesto, adaptando los contenidos a la adquisición, sobretodo, de capacidades lectoras y escritoras, con el fin de ampliar su panorama de búsqueda de la información en Internet.
Con todo lo expuesto, quiero constatar que la labor del profesorado de apoyo es esencial para la integración educativa de las personas sordas. Desde el comienzo de la integración en Secundaria, se ha dotado de profesorado de apoyo y la incorporación de intérpretes llegó más tarde. Que la labor del profesorado de apoyo va más allá de la atención educativa a las personas sordas, ya que se debe tener una relación constante con el profesorado de las distintas áreas y módulos de las enseñanzas en las que el alumnado sordo se encuentra integrado con el fin de explicar las limitaciones cognitivas que se han generado por la falta de audición y establecer metodologías para el acercamiento más exhaustivo de los contenidos y para ayudar a realizar adaptaciones para que el acceso a esos contenidos facilite el acceso al currículo. No es lo mismo “oír” que “escuchar” y las personas sordas sólo adquieren conocimientos cuando tienen la voluntad de aprender y esto ocurre principalmente de forma visual. Una persona con toda su capacidad auditiva aprende también de lo que oye, aunque sea de manera involuntaria. No muchos docentes se dan cuenta de que las personas sordas no poseen el bagaje lingüístico suficiente como para leer y resumir, como alternativa a las explicaciones orales.
Es cierto que no existe una especialidad formal que habilite a un docente de Educación Secundaria para ser profesor o profesora de apoyo, pero sí una actitud y una experiencia. La actitud reside en preparar áreas y módulos de Formación Profesional que no son de su especialidad, con el fin de poder transmitir los contenidos lo más profesionalmente posible. Para ello, también se está en continuo contacto con los equipos educativos que imparten clase en todas las modalidades educativas en las que se encuentran integradas las personas sordas. La experiencia es también fundamental, ya que, con el contacto continuo con la problemática del alumnado sordo, se han adquirido unas habilidades, no sólo para dar las clases de apoyo, sino para servir de apoyo a las familias, que, en muchas ocasiones, no se comunican bien con los adolescentes sordos. El profesorado de apoyo no tiene por qué ser, a su vez, intérprete de lengua de signos, aunque su conocimiento forma parte de la comunicación diaria con el alumnado y la lengua a enseñar no es la lengua de signos, sino que ésta es un medio para la adquisición de contenidos en lengua castellana hasta que el alumnado adquiere fluidez.
Aún así, la problemática se agrava ya que, en muchos casos, falla la competencia emocional. Se trata de alumnado sordo que se ha sentido siempre aislado por la ausencia de un medio de comunicación efectivo ya sea en lengua de signos o en lengua castellana y presenta unas carencias afectivas que se muestran a veces de forma agresiva, sin que se pueda tratar su origen con la persona sorda por carecer de habilidades lingüísticas, o bien, sufren de un aislamiento y un mundo interior totalmente carente de realidad y que ha sido creado por la falta de relaciones interpersonales y falta de comprensión del mundo que les rodea.
En estos casos, la transmisión de afectividad y comprensión pueden ayudarnos a que el alumnado sordo se “deje acercar” con el fin de transmitir las competencias y emociones que han dejado atrás en su niñez y adolescencia.
El trabajo aquí no es meramente académico sino mucho más importante y significativo y debe hacerse con una relación constante y cercana con las familias y las personas que rodean a la persona sorda.
Creo seriamente que aún hoy día se desconoce las implicaciones de la discapacidad auditiva y las personas que no comparten vivencias con esta discapacidad van, a veces, muy descaminadas en cuanto a sus opiniones y al tratamiento de los recursos que, a veces, se facilitan sin saber a ciencia cierta si son los correctos.
En mi opinión, esto ocurre por desconocimiento, distanciamiento y olvido de los profesionales que llevamos tantos años conociendo, ayudando y educando a personas sordas y porque se valoran más las opiniones de sectores que distan mucho de conocer la cruda realidad de muchas personas sordas e hipoacúsicas y, que, a veces, se guían por intereses personales.